Funcionarios públicos encabezan el tradicional Vía Crucis y políticos aprovechan la visibilidad durante la procesión religiosa en Los Alcarrizos. / Fuente: Externa

Cada Viernes Santo, la comunidad de Los Alcarrizos se transforma en escenario de profunda devoción. De manera alterna, desde la parroquia San Estanislao hasta San Antonio de Padua (y viceversa), centenares de fieles recorren las calles en oración, reviviendo el camino de Jesús hacia la crucifixión. Sin embargo, esta expresión de fe comunitaria con décadas de tradición ha incorporado un elemento que genera controversia: la presencia prominente de figuras políticas.

Manifestación religiosa como plataforma

Durante los últimos años, se ha normalizado ver a representantes del partido gubernamental participando activamente en esta manifestación religiosa. Además, lo hacen ocupando posiciones estratégicas al frente de la procesión, entre sacerdotes y líderes eclesiásticos, captando la atención de cámaras y asistentes.

La imagen resulta reveladora: funcionarios públicos encabezando el recorrido del Vía Crucis y políticos saludando con aparente solemnidad mientras fotógrafos capturan momentos que circularán rápidamente en redes sociales y medios de comunicación.

Fe genuina o calculada estrategia

Esta situación plantea interrogantes legítimas sobre la autenticidad de tal participación. ¿Representa una expresión sincera de creencias religiosas o constituye una puesta en escena estratégicamente diseñada para fortalecer la imagen ante un electorado mayoritariamente creyente?

No parece casualidad que quienes ostentan el poder gubernamental aparezcan en primera fila durante una ceremonia que, paradójicamente, conmemora el sacrificio de un hombre perseguido y condenado por las autoridades de su época.

Un fenómeno nacional e internacional

Lo observado en Los Alcarrizos no representa un caso aislado. En diversas provincias dominicanas como La Altagracia, Santiago, San Cristóbal, San Juan, etc.,  se ha documentado cómo autoridades aprovechan procesiones religiosas para ganar visibilidad, distribuir agua o formular promesas puntuales. Esta presencia suele intensificarse notablemente en el año electoral.

El fenómeno trasciende fronteras. En México, la representación del vía crucis de Iztapalapa atrae regularmente a alcaldes y aspirantes presidenciales. Las celebraciones de Semana Santa en Popayán, Colombia, funcionan como vitrina de exposición política. Incluso en Venezuela, la tensión entre ceremonias religiosas masivas y presencia oficial ha generado debates públicos.

Coherencia entre fe y servicio

Participar en actos religiosos no debería ser objeto de censura. Por el contrario, cuando la fe guía genuinamente las acciones de un funcionario, debería manifestarse en su servicio cotidiano, comportamiento ético en el manejo de los fondos públicos y atención hacia los más vulnerables.

Sin embargo, cuando esa espiritualidad solo se hace visible durante fechas específicas, invariablemente frente a cámaras, la religiosidad se convierte en utilería y el vía crucis y políticos forman un binomio que distorsiona el sentido original de la conmemoración.

Reflexión comunitaria necesaria

La combinación de vía crucis y políticos seguirá siendo visible cada Semana Santa. No obstante, las comunidades creyentes tienen derecho a cuestionar si estas participaciones representan acompañamiento auténtico o simplemente constituyen fórmulas calculadas para ganar simpatía en espacios cargados de simbolismo religioso.

El verdadero acompañamiento al pueblo requiere más que presencia física. Demanda coherencia, servicio desinteresado y genuina humildad – precisamente los valores que representa el vía crucis y que muchos representantes políticos aún necesitan incorporar a su ejercicio público.

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