En sus primeras y encendidas palabras como el 45to presidente de Estados Unidos, Donald John Trump presentó una visión nacionalista de Estados Unidos y rompió con la tradición para invocar, sin remordimientos, su dura campaña; reprender a los principales partidos políticos del país y ofrecer una oda popular a los “olvidados”, quienes, contra todo pronóstico, lo eligieron.
Con una retórica inusualmente áspera para un discurso de toma de posesión, Trump, de 70 años, hizo una descripción desalentadora de un país que necesita salvación. Habló de “madres e hijos atrapados en la pobreza de nuestras ciudades, fábricas oxidadas dispersas como lápidas por todo el territorio nacional, un sistema educativo lleno de dinero pero que no imparte conocimientos a los jóvenes alumnos, además de la criminalidad y las drogas, que han cegado tantas vidas y robado al país de tanto potencial”.
“Esta masacre de Estados Unidos se acabá aquí ahora mismo”, dijo Trump, el único presidente estadounidense que nunca ha ocupado un cargo público ni militar.
Con la promesa de eliminar el “terrorismo radical islámico” y proteger a los estadounidenses, a quienes llamó “el pueblo de Dios”, Trump dijo que detendrá el camino cuesta abajo de una nación que presta demasiada atención a otros países, afirmó. Prometió recuperar empleos fabriles, asegurar las fronteras, ampliar aeropuertos y ferrocarriles, y centrarse en las necesidades internas de Estados Unidos.
“Hoy no se transfiere el poder de un gobierno a otro, o de un partido a otro, sino que el poder sale de Washington DC y pasa a manos de ustedes, el pueblo. Durante demasiado tiempo, un grupo pequeño en la capital del país se ha aprovechado del gobierno, y el pueblo ha pagado el precio”, dijo Trump a sus entusiastas partidarios, reunidos bajo un cielo nublado en el National Mall. “Todo eso cambia aquí mismo a partir de ahora, porque este es el momento de ustedes”.
“Desde hoy Estados Unidos va primero”, dijo”.
El discurso de Trump, que duró menos de 17 minutos, comenzó exactamente el viernes al mediodía, el día fijado por la Constitución para que los presidentes juren en cargo. Colocó su mano izquierda sobre dos Biblias –la que usó Abraham Lincoln cuando asumió la presidencia en 1861 y la que la madre de Trump le dio en 1955–, levantó la mano derecha y, repitiendo las palabras del magistrado presidente de la Corte Suprema federal, John Roberts, hizo el más solemne de los juramentos en el proceso de transferencia de poder en la democracia estadounidense: “Preservar, proteger y defender la Constitución de Estados Unidos”.