Ramón Valdez
Los mitos forman parte del sistema de creencias de una cultura o de una comunidad, la cual los considera historias verdaderas. Los mitos sustentan la cosmovisión de un pueblo; ellos explican, justifican la razón de ser y causa de algún aspecto de la vida social, pueden ser la base de ciertas estructuras sociales y acciones, incluso determinar quiénes pueden gobernar o no, justificar una situación de una manera determinada. Los mitos no son solo historias que brindan explicaciones o justificaciones políticas, funcionan como un asidero existencial.
En la economía de los últimos cien años un mito muy arraigado es el mito del crecimiento económico infinito. Este como motor de riqueza y bienestar social. Sin crecimiento, nos dicen, estaríamos abocados al atraso y a la miseria. El crecimiento del Producto Bruto Interno (PBI) ha sido el más importante de los objetivos políticos de los últimos 30 años, se ha convertido en la forma cuasi exclusiva de medir el éxito económico y social.
Por esta razón, son innegables las estadísticas que indican el fuerte crecimiento de la economía dominicana y de su PBI, esto lo resalta el Banco Mundial cuando sitúa la tasa de crecimiento medio del PBI real del 5,4% entre 1992 y 2014, y la califica como la economía más rápida en Centro América y el Caribe la región en 2014 y 2015, con un PBI real que se sitúa en el 7 por ciento.
No se puede negar el irresistible encanto que el mito ejerce en las distintas gestiones gubernamentales, pero a veces se transforma en un escape temporal y en muchas ocasiones definitivo de la realidad.
Como idea fundante de la modernidad occidental se desarrolla como utopía liberal la imagen de una sociedad perfecta que es necesario realizar. Un componente importante de esa utopía era la generación de riqueza a partir de las relaciones mercantiles entre personas y países, como mediación hacia la realización de esa sociedad perfecta. La riqueza se crea y se desparrama hacia el resto social. Esta fue la idea impuesta por una potencia imperial como la Inglaterra del siglo XVII al XIX.
Una vez intelegizada la noción de riqueza como meta fundamental de las naciones y de las personas, el concepto riqueza permanece en la economía como concepto básico junto a otras categorías. La noción de riqueza que se vincula más tarde al ideal de progreso. Riqueza y progreso llegan juntos hasta principios del siglo XX. Con el triunfo del pensamiento neoclásico, la noción de progreso y el crecimiento económico se hacen similares, con los años surgen otras preocupaciones de carácter humanista, especialmente después de la postguerra y la noción de desarrollo empieza a formar parte del discurso económico y político.
No obstante, en los límites neoliberales del pensamiento neoclásico se destierra el concepto de desarrollo y se magnifica el concepto de crecimiento. La preeminencia del crecimiento económico trae asociado el concepto farisaico de la lucha contra la pobreza. Ya no mas distribución de la riqueza, ya no más igualdad social. Parece lo mismo, pero no lo es, se trata una inversión de la verdad. Se anula la realidad para dar paso a su idealización. El mito ha triunfado sobre la realidad.
El culto al mito del crecimiento económico infinito ha gozado históricamente de gran popularidad, y en el República Dominicana ha sido cultivado con especial esmero durante los últimos 20 años. Una lectura de los discursos presidenciales, de las declaraciones de ministros y de los informes del Banco Central, nos muestra la extraordinaria preeminencia de este relato.
El discurso y la acción política de los últimos años toman el criterio que supone la edificación de la sociedad por la vía del crecimiento económico, pasa por la idealización de rasgos fragmentarios de sociedades conocidas que luego de idealizados no guardan relación alguna con la sociedad real de referencia. Por eso las solución del transporte es un metro, la solución al problema eléctrico es una planta a carbón, la educación son solo edificaciones escolares, 10 millones de turistas resuelven los ingresos nacionales. Hay que mantener el crecimiento económico aunque eso implique un endeudamiento creciente, aunque se exporte menos y se importe más. La sociedad perfecta exige el crecimiento económico a cualquier precio.
Por tanto esta idealización es muy distinta de la sociedad real que, como producto histórico, es imposible construirse en República Dominicana, pero esta imposibilidad es disfrazada por la retórica que la muestra por encima de otros países que “crecen” en nuestra región.
Entonces, el mito del crecimiento económico supera y subordina todos los otros mitos, pero con ello también a toda la realidad. De esta forma el proyecto de cada gobierno, le exige a la realidad que se aproxime a esta idealización, y de este modo aparecen las prioridades gubernamentales en la ejecución de las obras de infraestructura, en el énfasis tecnológico y los indicadores de crecimiento del PBI y así continuar crecimiento de manera infinita. Y esta idealización de la realidad del crecimiento del PBI es transformado en el principal criterio de verdad. El crecimiento económico ilimitado, elevado a la categoría casi de dogma o religión.
El crecimiento económico funciona como un mito, un «solucionador mágico de problemas», la ficción también celebrada por las agencias internacionales, en nombre de la estabilidad macroeconómica, de la calificación de riesgo-país y las inversiones extranjeras. Con esta noción estamos en vía de construcción del mejor de los países: En donde el empleo y los ingresos de la gente aumentan, la pobreza disminuye y las familias tienen acceso total e irrestricto a salud integral, educación de calidad y vivienda digna, sin hacer las transformaciones estructurales que requieren hacerse en el mundo real.
La República Dominicana Utópica y ese futuro “milagroso” se transforma en un presente destructivo, por eso desde su lógica, la realidad es mejor no tomarla en cuenta, si se quiere avanzar hacia el crecimiento económico infinito.