Hoy me surge una pregunta que no es elemental, aunque sí fundamental: ¿cómo vivir estas fiestas navideñas desde una óptica filosófica? La misma pregunta puede ser formulada de modo más ecuménico: ¿Cómo la filosofía me ayuda a vivir estos tiempos navideños? ¿Qué sentido tiene la vivencia de estas fiestas desde la perspectiva del acontecimiento histórico inaugurado por Jesús de Nazaret?
El tiempo del calendario, el cronológico, nos dice que diciembre es el último mes del año. El tiempo definido para el año en curso se acaba paulatinamente a medida que transcurre; es lo obvio. Desde esta perspectiva, diciembre es un simple suceder de días y noches contabilizadas numéricamente. Este acontecer continuo de días y noches es inevitable y se inscribe en el movimiento mismo de nuestro mundo planetario; pero no adquiere sentido para nuestras vidas.
El tiempo histórico nos señala el tiempo de la memoria; esto es, el tiempo intencionado y afectado por nuestras acciones colectivas y personales miradas desde una perspectiva de causalidad motivada. El tiempo histórico se inscribe en el tiempo cronológico y adquiere sentido en la medida en que describimos las acciones como partes de un proyecto deseado. En todo proyecto la deliberada iniciativa hacia la acción crea una novedad en los acontecimientos del mundo. Así la sucesión de días y noches es comprendida desde esta complejidad de acciones, motivos, acontecimientos en el mundo que nos tiene como sus protagonistas, directo o indirectos.
Desde esta emergencia de las acciones y los acontecimientos que transcurren en el mundo surge un tiempo más íntimo y particular: es el tiempo personal de las vivencias. Este tiempo personal se inscribió en el tiempo cronológico a través de la datación del nacimiento en un espacio, un momento y bajo una condición social-histórica singular. La celebración de los cumpleaños anualmente es la recordación de esta fecha en el que el tiempo personal inicia y se registró por siempre en el tiempo cronológico.
Desde el credo religioso cristiano, la natividad significa la recordación del nacimiento de Jesús como acontecimiento singular en el que Dios se hizo carne y habitó entre nosotros. La intemporalidad de la eternidad se hace tiempo histórico y personal en una situación singular. Desde esta situación contextualizada, el tiempo personal de Jesús trascendió su temporalidad en el acontecimiento Jesucristo. Aquí la natividad de Jesús crea sentido como el inicio de una nueva historia de salvación a través de la revelación de Dios en la entrega de su unigénito.
La historia personal de Jesús permite entender mejor lo importante de las vivencias de la natalidad y la mortalidad como acontecimientos de la historia personal. La natalidad se correlaciona con la mortalidad como conceptos y experiencias opuestas. Entre uno y otro momento se inscribe el tiempo personal y se efectúa la propia manera de trascender su temporalidad y acceder al tiempo histórico a través de las acciones y los acontecimientos producidos en el mundo como proyectos deliberados.
Culturalmente estamos sujetos a patrones adquiridos que nos permiten encuadrar nuestras experiencias subjetivas a tiempos cronológicos significativos. Uno de estos patrones culturales es la navidad como tiempo de cierre del ciclo anual del tiempo cronológico. Ello explica la celebración de eventos significativos para estas fechas, es un modo de incorporar la historia del tiempo personal en el tiempo colectivo. Lo hacemos ahora y lo hacían los rituales antiguos para la fertilidad en primavera. En este sentido, somos tan primitivos como nuestros ancestros.
Fuera del discurso religioso, las fiestas navideñas encuentran su sentido en este entrecruzamiento e incorporación de los tres tiempos: el cronológico, el histórico y el personal. El sujeto capaz de rememorar y describir lo realizado en este marco temporal dado por el ciclo anual del tiempo cronológico será capaz de vivirlas plenamente, alejado de la vorágine seductora de las compras, el gasto irracional y el ejercicio desmedido de los apetitos. Este sujeto verá con lucidez los aciertos y desaciertos de sus razonamientos prácticos; los éxitos y fracasos cosechados en la procura de la meta deseada.
Cada cierre de año es un momento de natalidad y mortandad. Debe morir lo que ha cesado en su ciclo vital para dar paso a lo que se gesta desde nuestra potencialidad creativa hacia el futuro soñado.
Este artículo primero se publicó en Acento.