MALLROCA, ESPAÑA (BBC).- Tres meses atrás, Xisco Gràcia vivió la peor pesadilla para un buzo: quedó atrapado en una cueva submarina, donde sólo podía respirar en una cámara aire. Cuando las horas de espera se transformaron en días, Gràcia se dio cuenta de que, quizá, nadie llegaría a encontrarlo a tiempo.
El sábado 15 de abril, Xisco Gràcia se adentró en una cueva de la isla española de Mallorca, como parte de una expedición de rutina. Gràcia, un profesor de geología de 54 años, pasa muchos de sus fines de semana explorando y mapeando el complejo sistema de cuevas submarinas de la isla.
«Mallorca es mucho más hermosa por debajo que por encima del suelo», le dice a la BBC.
El y su compañero de buceo Guillem Mascaró querían explorar Sa Piqueta, una cueva con numerosas cavernas a un kilómetro de la entrada del laberinto. Nadaron bajo el agua durante una hora hasta llegar allí. Mientras Gràcia buscaba muestras de roca, Mascaró se alejó para recabar información topográfica en una cámara cercana.
Regreso
Pero cuando iniciaron el regreso, cada uno por su cuenta, varias cosas comenzaron a salir mal.
Gràcia coincidió por causalidad con Mascaró en una intersección. Esto hizo que se agitaran los sedimentos, y por ello perdieron visibilidad. Los buceadores comenzaron a seguir la guía -un angosto cable de nylon que lleva hacia la entrada de la cueva-, pero a medio camino se dieron cuenta de que el hilo se había desprendido.
«El hilo es para guiarnos. Lo dejas allí cuando entras a la cueva y lo puedes seguir cuando sales», explica Gràcia. «Creemos que algunas rocas le pudieron haber caído encima. Perdimos una hora valiosa tratando de encontrarlo con el tacto, pero sin éxito».
Para entonces, el par corría grave peligro. Habían consumido el aire que llevaban para entrar y salir, así como el de las bombonas de emergencia. Afortunadamente, Gràcia se acordó de un recinto con un lago donde había aire que le habían mencionado otros buceadores.
Fue hasta allí con Mascaró y ambos discutieron sus posibles opciones. Sabían que tenían aire suficiente como para que solo uno de ellos pudiera salir.
Uno sale, otro se queda
«Decidimos que yo me quedaría y que Guillem iría en busca de ayuda. Él era más delgado que yo y necesitaba menos aire. Yo también tenía más experiencia en respirar el aire de la cueva, que tiene niveles de dióxido de carbono más elevados», explica Gràcia.
Planearon una ruta alternativa, más larga. Mascaró tendría que bucear por un trecho sin hilo guía, corriendo peligro de perderse.
«Era algo así como tratar de conducir un auto en una noche con mucha neblina», dice Gràcia. «A Guillem no le gustaba la idea de dejarme sólo, pero sabíamos que era nuestra única chance». Cuando Mascaró se fue, Gràcia tomó la mayor parte de su equipo y exploró la cámara.
Tenía unos 80 metros de largo y 20 de ancho, con un espacio de 12 metros entre el agua y el techo.
Se dio cuenta de que el agua de la superficie del lago era bebible. También descubrió una roca grande y plana y salió del agua y se tumbó allí a descansar.
Gràcia decidió que era mejor quedarse a oscuras: dos de sus tres linternas habían dejado de funcionar y la tercera tenía poca batería. «Sólo la prendía cuando necesitaba ir a orinar o para bajar a buscar agua», recuerda. No había mucho que pudiese hacer, solo esperar en completa oscuridad, con la esperanza de que lo viniesen a rescatar.
Aire viciado
«Me preguntaba a mí mismo cómo pudo haberme pasado esto después de tantos años de buceo», le cuenta Gràcia a la BBC.
«Pero mantuve la esperanza en las primeras siete u ocho horas, porque pensaba que Guillem lograría salir. Pero, a medida que pasaba el tiempo, empecé a perder la esperanza. Pensé ‘Guillem se perdió y murió, y nadie sabe que estoy aquí'».