Luis Arce, (al centro), celebra el triunfo junto a partidarios de Evo Morales. El regreso al poder del Movimiento al Socialismo (MAS) tiene un importante alcance simbólico y supone una advertencia para los sectores más radicales de la oposición venezolana
BOLIVIA (EL PAIS / RTEV). – El candidato a la presidencia de Bolivia y expresidente del país, Carlos Mesa, ha reconocido este lunes su derrota frente al partido de Evo Morales, Movimiento al Socialismo (MAS), en las elecciones presidenciales bolivianas. «Nos toca ser cabeza de oposición», ha escrito Mesa, líder de Comunidad Ciudadana, en redes sociales, asumiendo la «amplia ventaja» que los sondeos a pie de urna otorgan a Luis Arce, candidato del MAS.
El regreso al poder del partido del expresidente Evo Morales en Bolivia redibuja el mapa de los equilibrios políticos de Latinoamérica. Pese a que el país, con alrededor de 11 millones de habitantes y un tamaño de la economía muy modesto en comparación con sus vecinos, no tiene peso suficiente para provocar una sacudida en la región, el triunfo del exministro Luis Arce tuvo un gran alcance simbólico. Su victoria redefine alianzas y da oxígeno a los proyectos de izquierda.
Las elecciones generales celebradas el domingo después de casi un año de Gobierno interino devolvieron el control al Movimiento al Socialismo (MAS). Y si esa formación pudo ganar sin Morales y su antiguo vicepresidente, Álvaro García Linera, ambos asilados en Argentina, la votación fue de alguna manera un plebiscito sobre el exmandatario depuesto en 2019 en medio de acusaciones de fraude. Uno de los mensajes difundidos por el líder indígena en las redes sociales tras conocer los resultados preliminares compone una fotografía de esas alianzas, en la que figuran nombres con trayectorias a veces radicalmente distintas, pero que tienen un común denominador: su oposición al bloque conservador en Sudamérica, encabezado por Jair Bolsonaro e Iván Duque. “Además del pueblo, varios presidentes y expresidentes salvaron mi vida”, manifestó Morales antes de agradecer al argentino Alberto Fernández, al mexicano Andrés Manuel López Obrador, al cubano Miguel Díaz-Canel o al venezolano Nicolás Maduro.
Los dos primeros fueron esenciales en noviembre del año pasado, cuando las Fuerzas Armadas bolivianas forzaron la renuncia del gobernante, que llevaba 14 años en el poder, y precipitaron su salida del país. Morales viajó primero a México y más tarde se instaló en Argentina, donde continúa desde entonces. El lunes por la noche cenó con Fernández, quien no dudó en calificar los hechos que convulsionaron a Bolivia de “golpe de Estado”. En términos parecidos se pronunciaron los demás.
Entre el presidente argentino López Obradory, por ejemplo, Maduro hay un abismo. Venezuela lleva años sumida en una crisis institucional y económica sin precedentes y la gestión del régimen bolivariano, que también está acorralado por las sanciones de la Administración de Donald Trump, ha provocado el éxodo de cerca de cinco millones de personas, según Naciones Unidas. Sin embargo, varios políticos opositores hace un año vieron en el derrocamiento de Evo Morales una suerte de hoja de ruta o modelo para una transición a un Gobierno de cambio. El presidente de la Asamblea Nacional venezolana, Juan Guaidó, no dudó entonces en ensalzar como ejemplar lo sucedido. En una conversación con Jeanine Áñez, la jefa del Ejecutivo interino de Bolivia, llegó a afirmar: “Nos inspiramos en ustedes, en el ejemplo de la hija predilecta del libertador, de esa fuerza que han demostrado, sobre todo el apego a su carta magna y a conducir una transición. Su ejemplo no es un brisita, es un huracán de democracia para liberar a Venezuela, pero también a Nicaragua y a Cuba”.
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Esa posición despertó suspicacias en sectores más moderados de la oposición venezolana. Además, el paralelismo entre el proyecto político del MAS y la deriva del chavismo no se sostiene. El líder indígena cometió el error de saltarse el resultado del referéndum sobre una reelección indefinida, que perdió en 2016, y decidió volver a presentarse a las elecciones. Eso creó una crisis de legitimidad. Sin embargo, su gestión económica no admite comparaciones con la catástrofe que sufren millones de venezolanos.